Suecia es un país que, honestamente, nunca me planteé
visitar, pero que por casualidades del destino, conocí hace ya ocho semanas. Un
proyecto de intercambio fue el detonante para embarcarnos en este inverosímil
viaje a un lugar habitado por ciudadanos bellos, aunque un tanto reservados.
De su gastronomía podría decir que, en ocasiones, era
insípida. Es además, un país cuyo atractivo radica en el crecimiento económico
y la conservación del conocido “Estado del Bienestar”, en un contexto de
convivencia democrática y estabilidad política.
Tener la oportunidad de pasar una semana con una familia
sueca te permite llegar a la conclusión de que es gente reservada, educada y
atenta. Recuerdo los paseos por las calles adoquinadas de Umea: nadie mira a
los ojos, nadie sonríe, nadie dice hola. Estas son conductas inusuales en
nuestra isla. Mi familia decía que quizá se deba a una mentalidad cerrada; no
se saluda a la gente que no se conoce, así de simple.
La posibilidad de poseer un título universitario se presenta como una
hazaña al alcance de cualquiera, puesto que, aunque parezca difícil de creer
–para mí lo fue, sobre todo, porque en España la palabra ha pasado al olvido,
en detrimento de la palabra favorita de nuestros políticos: privatización-, la
educación es totalmente gratuita y subvencionada por el Estado. Y cuando digo
gratuita me refiero a que el
presupuesto que se destina a ella es elevado. Pero no sólo es gratuita, sino
muy accesible, pues también está destinada a todos aquellos ciudadanos europeos
que decidan iniciar o continuar sus estudios allí. La Universidad de Umea es,
según nos dijeron, una de las mejores de la zona media de Suecia, que cuenta,
además, con una equitación de tecnología punta en muchos de los campos del
saber: tanto en el de las Ingenierías, con ordenadores Mac a disposición de los
usuarios, como en el de las Letras y el de las Ciencias de la Salud, dotados
con enormes bibliotecas.
En ocasiones
puede resultar frustrante la estancia en una sociedad que cumple algunos
de los estereotipos que se tienen de ella. Muchas veces, los suecos muestran
una confianza, una suerte de engreimiento, cuando hablan en inglés, o era esa
la sensación que me daba cuando los veía hablar en cualquier programa de
televisión o incluso, en la calle misma. Es cierto que hablan inglés mejor que
la media europea, pero ello no quiere decir que hagan un perfecto uso de dicha
lengua y que no cometan errores. Películas en versión original con subtítulos
en sueco, libros o series, son algunas de las oportunidades que nuestros
queridos amigos del norte tienen para mejora su ya de por si, buen nivel de
inglés.
Aún cuando muchos estereotipos
sobre la “frialdad sueca” se confirman tan solo entrando en sus cafeterías o
clubs, los suecos también guardan alguna que otra sorpresa bajo la manga. Son personas con una resistencia
formidable para el alcohol, si bien el precio de éste es elevado: 75 SEK (7
euros, 6 libras) por copa.
Me sorprendió la facilidad que
tienen para tomarlo en espacios breves de tiempo, y digo breves porque sus
fiestas o reuniones de amigos comienzan a las siete de la tare –sí, nosotros a
esa hora empezamos a prepararnos-,
y no terminan al amanecer, como muchas veces ocurre aquí, sino que a las
dos o las tres de la mañana, como muy tarde, se termina todo.
El Systembolaget, que pertenece al gobierno, es la única entidad que
vende licores, vino y cerveza en Suecia, ya que los supermercados y pequeños
locales tienen prohibida la venta al consumidor. En general, el precio medio de
una cerveza es de 15 YEK (1,30 euros, 1,12 libras), mientras que el de una de
importación es de 25 SEK (2,27 euros, 1,96 libras).
Curiosamente, uno de los temas
sobre el que más se habla diariamente es el tiempo; los días de invierno
durante diciembre y enero, cuando el sol se pone hacia la luna, da paso una
eternidad que, para extranjeros como nosotros, resultó extraña y que, además,
da pie a los suecos a hacer de las suyas.
Un número incontable de
bicicletas dibujan con sus llantas sobre la brillante y blanca nieve recién
caída, virajes torpes y bruscos debidos a la borrachera que llevan los que las
montan.
Las eternas noches de invierno
pueden llegar a ser crudamente frías y terriblemente largas, mientras que los
días de primavera, en mayo y junio, cuando la luz no desaparece del cielo ni
siquiera de noche, proporciona, según me decían en casa, una sensación de
profunda eternidad.
Evocar Suecia me genera
sensaciones extrañas y casi paradójicas; una mezcla de felicidad y frialdad es lo que
experimento cada vez que recuerdo cada uno de los momentos que, junto a mi
familia y amigos, viví en ese país. Un país que, desde nuestra ubicación
geográfica, se nos muestra algo así como “perdido de la mano de Dios”.
Texto: Anthony Carballo, 2º Bachillerato.
Fotografía: Rosa Siebold, 1º Bachillerato.