FIESTA DEL LIBRO 2015
FELIZ NO CUMPLEAÑOS
El IES El Paso celebró la Fiesta del Libro. Este curso, el Dpto. de Lengua Castellana y Literatura ha organizado un monográfico para el alumnado de 1º de ESO, dedicado a Alicia en el país de las maravillas, aprovechando que este año la obra de Carroll cumple 150 años.
El pasado 23 de abril estos alumnos tuvieron la oportunidad conocer la figura del autor, vieron diferentes muestras de cómo la obra ha sido llevada al cine, desde el formato blanco y negro hasta la extraordinaria y reciente versión dirigida por Tim Burton.
Finalmente, leyeron diferentes fragmentos de Alicia.
El Gato sonrió al ver a Alicia.
Parecía tener buen carácter,
consideró Alicia; pero también tenía unas uñas muy largas y un gran número de
dientes, de forma que pensó que convendría tratarlo con el debido respeto.
– “Minino de Cheshire”, empezó algo tímidamente, pues no estaba del todo segura
de que le fuera a gustar el cariñoso tratamiento; pero el Gato siguió sonriendo
más y más. “¡Vaya! Parece que le va gustando”, pensó Alicia, y continuó: “¿Me
podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?”.
–
“Eso depende de a dónde quieras llegar”, contestó el Gato.
–
“A mí no me importa demasiado a dónde…”, empezó a explicar Alicia.
–
“En ese caso, da igual hacia dónde vayas”, interrumpió el Gato.
–
“…siempre que llegue a alguna parte”, terminó Alicia a modo de
explicación.
–
“¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte”, dijo el Gato, “si caminas
lo bastante”.
A Alicia le pareció que esto era
innegable, de forma que intentó preguntarle algo más: “¿Qué clase de gente vive
por estos parajes?”.
– “Por
ahí”, contestó el Gato volviendo una pata hacia su derecha, “vive un
sombrerero; y por allá”, continuó volviendo la otra pata, “vive una liebre de
marzo. Visita al que te plazca: ambos están igual de locos”.
– “Pero
es que a mí no me gusta estar entre locos”, observó Alicia.
– “Eso
sí que no lo puedes evitar”, repuso el gato; “todos estamos locos por aquí. Yo
estoy loco; tú también lo estás”.
–
“Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca?”, le preguntó Alicia.
–
“Has de estarlo a la fuerza”, le contestó el Gato; “de lo
contrario no habrías venido aquí”.
Capítulo II: “El Charco de Lágrimas“:
-¡De buena me he librado ! -dijo Alicia, bastante asustada por aquel
cambio inesperado, pero muy contenta de verse sana y salva-. ¡Y ahora al
jardín!
Y echó a correr hacia la puertecilla. Pero, ¡ay!, la puertecita volvía
a estar cerrada y la llave de oro seguía como antes sobre la mesa de cristal.
«¡Las cosas están peor que nunca!», pensó la pobre Alicia. «¡Porque nunca había
sido tan pequeña como ahora, nunca! ¡Y declaro que la situación se está
poniendo imposible!».
Mientras decía estas palabras, le resbaló un pie, y un segundo más
tarde, ¡chap!, estaba hundida hasta el cuello en agua salada. Lo primero que se
le ocurrió fue que se había caído de alguna manera en el mar. «Y en este caso podré
volver a casa en tren», se dijo para sí… Sin embargo, pronto comprendió que
estaba en el charco de lágrimas que había derramado cuando medía casi tres
metros de estatura… -¡Ojalá no hubiera llorado tanto! -dijo Alicia, mientras
nadaba a su alrededor, intentando encontrar la salida-. ¡Supongo que ahora
recibiré el castigo y moriré ahogada en mis propias lágrimas! ¡Será de veras
una cosa extraña! Pero todo es extraño hoy.
Ya era hora de salir de allí, pues la charca se iba llenando más y más
de los pájaros y animales que habían caído en ella: había un pato y un dodo, un
loro y un aguilucho y otras curiosas criaturas. Alicia abrió la marcha y todo
el grupo nadó hacia la orilla.
Capítulo
V: “Consejos de la Oruga”:
-Temo
que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora -dijo Alicia-, porque yo no soy
yo misma, ya lo ve.
-No
veo nada -protestó la Oruga.
-Temo
que no podré explicarlo con más claridad -insistió Alicia con voz amable-,
porque para empezar ni siquiera lo entiendo yo misma, y eso de cambiar tantas
veces de estatura en un solo día resulta bastante desconcertante.
-No
resulta nada -replicó la Oruga.
-Bueno,
quizás usted no haya sentido hasta ahora nada parecido -dijo Alicia-, pero
cuando se convierta en crisálida, cosa que ocurrirá cualquier día, y después en
mariposa, me parece que todo le parecerá un poco raro, ¿no cree?
-Ni
pizca -declaró la Oruga.
-Bueno,
quizá los sentimientos de usted sean distintos a los míos, porque le aseguro
que a mi me parecería muy raro…
Capítulo VII: “Una Merienda de Locos”:
El Sombrerero fue el primero en romper el silencio.
-¿Qué día del mes es hoy? -preguntó, dirigiéndose a Alicia.
Se había sacado el reloj del
bolsillo, y lo miraba con ansiedad, propinándole violentas sacudidas y
llevándoselo una y otra vez al oído.
Alicia reflexionó unos instantes.
ç-Es día cuatro dijo por fin…
Alicia había estado mirando por encima del hombro de la Liebre con
bastante curiosidad.
-¡Qué reloj más raro! -exclamó-. ¡Señala el día del mes, y no señala
la hora que es!
-¿Y por qué habría de hacerlo? -rezongó el Sombrerero–. ¿Señala tu
reloj el año en que estamos?
-Claro que no -reconoció Alicia con prontitud-. Pero esto es porque
está tanto tiempo dentro del mismo año.
-Que es precisamente lo que le pasa al mio –dijo el Sombrerero.
Alicia quedó completamente desconcertada. Las palabras del Sombrerero
no parecían tener el menor sentido…
Alicia suspiró fastidiada.
-Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo
-dijo- que ir proponiendo adivinanzas sin solución.
-Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo –dijo el
Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!
-No sé lo que usted quiere decir -protestó Alicia.
-¡Claro que no lo sabes! -dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un
gesto de desprecio-. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el
Tiempo!
-Creo que no -respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de
música tengo que marcar el tiempo con palmadas.
-¡Ah, eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. El Tiempo no tolera
que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él,
haría todo lo que tú quisieras con el reloj.
Capítulo
IX: “La Historia de la Falsa Tortuga”:
El Grifo y la Falsa Tortuga permanecieron
sentados en silencio, mirando a la pobre Alicia, que hubiera querido que se la
tragara la tierra. Por fin el Grifo le dijo a la Falsa Tortuga:
-Sigue con tu historia, querida. ¡No vamos a pasarnos el día en esto!
Y la Falsa Tortuga siguió con estas palabras:
-Sí, íbamos a la escuela del mar, aunque tú no lo creas…
-¡Yo nunca dije que no lo creyera! -la interrumpió Alicia.
-Sí lo hiciste -dijo la Falsa Tortuga. -¡Cállate esa boca! -añadió el
Grifo, antes de que
Alicia pudiera volver a hablar.
La Falsa Tortuga siguió:
-Recibíamos una educación perfecta… En realidad, íbamos a la escuela
todos los días…-Nos enseñaban a beber y a escupir, naturalmente. Y luego, las
diversas materias de la aritmética: a saber, fumar, reptar, feificar y sobre
todo la dimisión.
-Jamás oí hablar de feificar -respondió Alicia.
-¿Qué otras cosas aprendías allí?
-Pues aprendía Histeria, histeria antigua y moderna. También
Mareografía, y dibujo. El profesor era un congrio que venía a darnos clase una
vez por semana y que nos enseñó eso, más otras cosas, como la tintura al bóleo.
-¿Cuantas horas al día duraban esas lecciones? –preguntó Alicia
interesada, aunque no lograba entender mucho qué eran aquellas asignaturas tan
raras, o si es que no sabían pronunciar. Tintura al bóleo debería ser pintura
al óleo, y patín y riego serían latín y griego, pero lo que es las otras, se le
escapaban.
-Teníamos diez horas al día el primer día. Luego, el segundo día,
nueve y así sucesivamente.
-Pues me resulta un horario muy extraño –observó la niña.
-Por eso se llamaban cursos, no entiendes nada. Se llamaban cursos
porque se acortaban de día en día.
Eso resultaba nuevo para Alicia y antes de hacer una nueva pregunta le
dio unas cuantas vueltas al asunto.
Por fin preguntó:
-Entonces, el día once, sería fiesta, claro.
-Naturalmente que sí –respondió la Falsa Tortuga.
Capítulo
XII: “La Declaración de Alicia”:
–¡Despierta ya, Alicia! –le dijo su hermana–. ¡Cuánto rato has
dormido!
–¡Oh, he tenido un sueño tan extraño! –dijo Alicia.
Y le contó a su hermana, tan bien como sus recuerdos lo permitían,
todas las sorprendentes aventuras que hemos estado leyendo. Y, cuando hubo
terminado, su hermana le dio un beso y le dijo:
–Realmente, ha sido un sueño extraño, cariño. Pero ahora corre a
merendar. Se está haciendo tarde.
Así pues, Alicia se levantó y se alejó corriendo de allí, y mientras
corría no dejó de pensar en el maravilloso sueño que había tenido.
Pero su hermana siguió sentada allí, tal como Alicia la había dejado,
la cabeza apoyada en una mano, viendo cómo se ponía el sol y pensando en la
pequeña Alicia y en sus maravillosas aventuras. Hasta que también ella empezó a
soñar a su vez, y éste fue su sueño:
Primero, soñó en la propia Alicia, y le pareció sentir de nuevo las
manos de la niña apoyadas en sus rodillas y ver sus ojos brillantes y curiosos
fijos en ella. Oía todos los tonos de su voz y veía el gesto con que apartaba
los cabellos que siempre le caían delante de los ojos. Y mientras los oía, o imaginaba
que los oía, el espacio que la rodeaba cobró vida y se pobló con los extraños
personajes del sueño de su hermana.
La alta hierba se agitó a sus pies cuando pasó corriendo el Conejo
Blanco; el asustado Ratón chapoteó en un estanque cercano; pudo oír el tintineo
de las tazas de porcelana mientras la Liebre de Marzo y sus amigos proseguían
aquella merienda interminable, y la penetrante voz de la Reina ordenando que se
cortara la cabeza a sus invitados; de nuevo el bebé-cerdito estornudó en brazos
de la Duquesa, mientras platos y fuentes se estrellaban a su alrededor; de
nuevo se llenó el aire con los graznidos del Grifo, el chirriar de la tiza de
la Lagartija y los aplausos de los «reprimidos» conejillos de indias, mezclado
todo con el distante sollozar de la Falsa Tortuga.
La hermana de Alicia estaba sentada allí, con los ojos cerrados, y
casi creyó encontrarse ella también en el País de las Maravillas. Pero sabía
que le bastaba volver a abrir los ojos para encontrarse de golpe en la aburrida
realidad. La hierba sería sólo agitada por el viento, y el chapoteo del
estanque se debería al temblor de las cañas que crecían en él. El tintineo de
las tazas de té se transformaría en el resonar de unos cencerros, y la
penetrante voz de la Reina en los gritos de un pastor. Y los estornudos del
bebé, los graznidos del Grifo, y todos los otros ruidos misteriosos, se
transformarían (ella lo sabía) en el confuso rumor que llegaba desde una granja
vecina, mientras el lejano balar de los rebaños sustituía los sollozos de la
Falsa Tortuga.
Por último, imaginó cómo sería, en el futuro, esta pequeña hermana
suya, cómo sería Alicia cuando se convirtiera en una mujer. Y pensó que Alicia
conservaría, a lo largo de los años, el mismo corazón sencillo y entusiasta de
su niñez, y que reuniría a su alrededor a otros chiquillos, y haría brillar los
ojos de los pequeños al contarles un cuento extraño, quizás este mismo sueño
del País de las Maravillas que había tenido años atrás; y que Alicia sentiría
las pequeñas tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los chiquillos,
recordando su propia infancia y los felices días del verano.